miércoles, 20 de junio de 2012





Angustias


Soy un pobre diablo

La vida me cae encima con severidad. Perplejamente idiota miro mi antebrazo con pecas y pelos disimiles, quisiera estar en off, realmente no quisiera ser, ni ahora, ni nunca.
Los años pasan y son una colección colorida de pensamientos y hechos que no me importan, existe un recorrido y es un camino, nada mas. Pienso en eso del superhombre, el verdadero desea ser lo que fue en un retorno al entorno, autoimposicion pienso y que tengo hambre y hambres.
Nada es efímero y todo tiene sentido. Todo es efímero y nada tiene sentido.  ¿Realmente creen que existe alguna diferencia concreta?
Debería pasar algo, que exploten las bombas, que se sacuda algo, que se sacuda la mierda. La gente vive tranquila, son todos unos miserables y se creen que hacen bien, que son buenos humanos.  Yo me creo un buen humano, recreo morales, me asusto, escondo, no idolatro, pero… nadie es buen humano, todos tienen pelos en los brazos, la raza nació y doméstico.
En un umbral algo oscuro un tipo ve una figura, se aterra y toma coraje, afuera late lo desconocido o late la nada.


Reflexión intempestiva


19 de Febrero , la humedad llego a limites insospechables  hasta rozar lo absurdo.  Me siento resbalar continuamente, me siento un batracio atolondrado. Por mi ventana veo la calma de un barrio mudo y banal, sale el sol y ahora tengo miedo de freírme lentamente. Todo espera un cambio ahí fuera, todo espera. Caminando hacia casa vi personas, comentaban entre ellas, me miraban de reojo. Antes de caminar hacia casa iba en un auto, el bólido reflexivo inspirome la idea de “el hombre”, el hombre como señor , subyugando a las bestias y a la naturaleza, haciéndose miles de preguntas, cantando, bailando, teniendo sexo, teniendo hijos perpetuando su legado absurdo.  Y simplemente  es que no hay mas, no hay nada mas allá del hombre, solo las ideas.





martes, 6 de diciembre de 2011

Lucas, sus pudores

En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metro del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde. Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horror no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezará lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación más bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha. Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso. Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo a otro resonará el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito / ni placer más delicado / que después de haber cagado. Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar excento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia. Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisión mental a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo que está diciendo el doctor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.


Julio Cortazar

domingo, 20 de noviembre de 2011

Extraña aparición

Me acosté impaciente ese viernes ya que a las 10:00 am del sábado soleado recibiría a Víctor, un amigo, con noticias. Me traía averiguaciones sobre una peculiar moneda del norte de África, precisamente de Marruecos. Compartiamos ambos la pasión y el cultivo de la numismática.
Hacia unos quince años, de paseo por la antigua Mauritania, me habían ofrecido esa pieza en un puesto de harapos árabes y baratijas engañosas. No era nada especial y la rechaze en su momento, agobiado por el calor y las mil ofertas coloridas que me rodeaban. Recuerdo al vendedor que en su afán de cerrar el trato repetía que me arrepentiría el resto de mi vida si no obtenía la moneda y señalaba con su reseca mano que examinara la misma. En la faz tenia un tipo de escudo y letras ilegibles, en el reverso aparecía una especie de hombre-león bastante nítido y muy curioso. El ávido vendedor la databa en el siglo V, a juzgar por mis conocimientos y el estado de la moneda eso no me parecía posible. Final y sencillamente me negué a su oferta y mi vida siguió con aparente normalidad. Encantado recorrí Marruecos como flotando en un cuento fantástico, rememore desde "Las mil y una noches" hasta " A través del desierto y de la selva", parecía deslizarme en una alfombra mágica , yo occidental vagando allí entre bereberes, africanos y árabes, temiendo y sorprendiéndome a cada instante. Oscilar entre lo conocido y lo desconocido era la ley, en este aspecto me sentía como en casa.
Sin embargo, al terminar las vacaciones y volver al tedio cotidiano algo cambio en mi, noche tras noche procesos mentales en mi cabeza fueron dándole forma a una especie de obsesión y me torturaba la imagen del hombre-león o la bestia antropomórfica que fuera. La soné repetidamente junto al rostro del mercader deformandose en un charco de sangre oscura apetrolada, una especie de pesadilla espantosa.
De alguna manera Víctor se había enterado, por internet y gracias a su generoso tiempo de ocio, de la circulación de esta moneda en ciertos tugurios de coleccionistas. Era la única persona que conocía mi obsesión por el objeto y me citaba por teléfono a una reunión a los efectos de informarme mejor y pasar el rato.
Dispuse despertarme sobre la hora y esa madrugada dormí plácida y profundamente. Casi que salto de la cama al escuchar el timbre, Víctor se me adelantaba unos minutos aunque en verdad eran las 09:50 en el acusador reloj. En cinco minutos, con la resaca y el descontento del amanecido, baje a abrir la puerta y por si acaso mire por la mirilla que hacia el paisaje oblicuo, pero no vi a mi invitado. Pensé que se había marchado por mi demora y al abrir la puerta bruscamente para buscarlo a pocos metros me lo encontré frente a mi sobre el "tapet de bienvenido", eso fue extraño y Víctor me noto sorprendido. Seguidamente me invito a pasar como si el fuera el anfitrión, solamente saludo y se dejo caer algo agitado en el sillón del comedor. Por mi parte fui hasta la cocina para calentar agua y bostezar sin vacilaciones, la expectativa me animaba y ya quería oír los pormenores del tema.
Al regresar encontré a Víctor contra la mesa, casi en cuclillas tomándose el estomago, al verme entrar forzó un gesto de normalidad y comenzo a hablar nerviosamente. De manera atolondrada me comentaba las virtudes de la moneda, supuestas virtudes de las cuales me había privado estúpidamente estos quince años. Me decía lo idiota que era, gritaba y murmuraba extrañas frases inintelegibles. Yo lo observaba boquiabierto y sorprendido, no caía aùn en lo que pasaba, salia del estupor de mi sueño para encontrarme con un Víctor en condiciones minimamente anormales.
Seguí prestando la mayor atención posible a su discurso regañoso hasta que fijo su vista en mi severamente y me señalo a la cara, quede estupefacto y tieso al ver como una gota de sangre chorreaba desde su pómulo hasta la barbilla que culminaba en una gran gota casi negra. Inesperadamente Víctor se levanto del sillón con violentas intenciones hacia mi y fue en ese preciso instante que estallo en el ambiente otra vez el timbre, me salvo la campana pensé.
Sin tener en cuenta la bizarra situación, de manera instintiva camine hacia la entrada dejando a mi amigo en la sala, pausado. Al abrir la puerta halle a Víctor con el semblante tranquilo y un paquete de galletitas en la mano. Me encontró asustado y pálido, yo miraba de aquí para allá como buscando a alguien, se entenderá que no comprendía nada. Lo primero que me salio fue acusar descompostura e irme al baño a tratar de entender algo. Me apoye sobre el lavatorio mirando hacia abajo, sudaba e intentaba tomar aire reparador. Al levantar la vista para reubicarme en el mundo, el frió espejo devolvió la imagen de mi rostro surcado por una débil gota de sangre que explotaba contra la blanca cerámica y me desvanecí.




Marcucho

domingo, 28 de agosto de 2011

Letra I







Sé muy bien que tengo sobre mi el peso de la libertad de no vivir no respirar
sé también que puedo dar y ser mas de lo que me prometí al día de hoy o caducar
sé que es la ultima chance, sé que estoy entre la espada y la espada
quedate conmigo hasta el final .

Hay caminos que elegir, de nada sirve eludir, estoy marcado a fuego
veo a la suerte resbalar, por mi mejilla va a caer, dramaticamente lastimandome
.-





jueves, 18 de agosto de 2011

Silencio (Fabula) - Edgar Allan Poe



ΕÞδουσιν δ’ όρκων κορυφαˆ τε καˆ φαράγες Πρώονες τε καˆ χαράδραι
Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos y las grutas están en silencio.(Alcmán [60(10),646])






Escúchame -dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.
Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.
Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.
Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.
Y de improviso levantóse la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la roca era gris. En su faz había caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no pude descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACIÓN.
Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad, porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo.
Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.
Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.
Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.
Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.
Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.
Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.
Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer, en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.



Traduccion de Julio Cortazar

lunes, 24 de enero de 2011

Anécdota en Londres

Cruzábamos el canal de la Mancha como si nada fuese. En un flash negro de velocidad y expectativa vislumbraba azorado un terreno verde ingles sin mucha fantasía, yo esperaba ver una ciudad, desconocía. Íbamos hacia Londres, yes, London, capital de algo seguramente, teníamos que arribar en St.Pancras como todo el mundo y dirigirnos a Bolsover Street donde nos hospedaríamos.
Gracias al señor, que siempre nos ilumina, encontramos la calle con facilidad después de caminar unas cuadras y no gastar un centavo en medio de locomoción, por cierto las calles decían look left y look right por si acaso algún descuidado y me pareció que los vagos eran ellos.

Al llegar al hostel que no es lo mismo que hotel sino que tiene una s entre la o y la t, entre otras cosas, nos ubicaron raudamente en una habitación con dos mujeres que se vieron sorprendidas al vernos entrar, aunque no cariacontecidas con nuestra presencia. Nosotros éramos tres españolas. Si, así fuimos “cargados” en el “sistema” y por un error fuimos a parar a un cuarto de mujeres, creo que la china del mostrador algo sospecho porque al bajar hacia el comedor nos reubicaron con otras personas de sexo masculino, lo cual nunca se lamento demasiado ya que las ex compañeras de cuarto, a decir verdad, parecían confinadas a la soledad por un tiempo, y a esa altura uno quiere dormir a pierna suelta y dejar ciertos pudores para otro momento.
Nos esperaba una ciudad desconocida físicamente, evocada en numerosos acontecimientos, inmersa en la historia global, genio y figura de la modernidad. Personalmente envidiaba yo la originalidad y distinción que tenia la isla, posiblemente por el hecho de ser una isla, y su humor, el mejor.


Primeramente salimos a caminar por Oxford, donde la gente era elegante y había menos personajes de los que deseaba ver, parecía que uno no existía a veces, como en todas las ciudades pero lejos de casa. Recuerdo un edificio que se alargaba toda la calle y parecía interminable, tenia pinta de legislación o recinto histórico, de fachada típica y esos techos rectangulares de caída casi perpendicular color bordo desteñido; pero vendían ropa allí, fulminante.
Alegremente recorrimos en los sucesivos días todos los lugares típicos que el buen turista ha de visitar, el palacio de Buckingham, los soldaditos cómicos que los boludos intentan inmutar, el palacio de Westminster, el Big Ben, el museo británico donde morí de envidia y justifique los robos, San Pedro, los comedores de carne, el puente de Londres, el ojo de Londres, los parques de Londres, los pubs y Wellington por todas partes. Mucho me impresiono, mucho despertome interés, pero nada me cautivó, fue realmente agradable y muy didáctico todo, volvería, pero en ese momento que era la culminación de una gran caminata que habíamos empezado en España me sentí vacío. Así de fugaz paso Londres.

El 22 de Mayo partíamos del aeropuerto de Stansted hacia Bilbao. Recuerdo nuestra última cena en el hostel; hurgamos la cesta de las sobras donde los huéspedes dejan paquetes de fideos por la mitad, aceitunas, cereales y cosas poco apetecibles, pero fue en vano, nada digno como banquete de despedida. Resolvimos entonces que lo mejor era hacer un pollo al roquefort y mientras unos orientales deglutían obscenamente algo magro, nosotros nos reíamos y nos manchábamos como bárbaros que se manchan las barbas y cuando ríen se toman el estomago.
A la mañana siguiente me levante minutos antes que mis compañeros, mi obsesión tenia todo listo para el viaje, por lo cual bien temprano baje al comedor en busca de introspección y alimentos.

En la barra del bar y trabajando en todas partes estaba ella, que hoy no tiene nombre. Cuando la vi por vez primera pensé que no era inglesa y si argentina, cuando supimos que hablaba español supimos que era uruguaya. El día anterior me había indicado gentilmente donde tomar el colectivo que nos llevaría a Stansted, yo había notado que era fresca, que valía la pena, que no había pena. Por otra parte desde mi llegada me había percatado de lo bonita que era, eso no se le escapaba a nadie, era algo dado.
Esa mañana antes del vuelo cruze unas palabras y en lo trivial surgió el tema del mate, por ser uruguaya se infiere, por el hastío. Sume a mi conocimiento que un rubio alto, medio ganchudo, que había visto trabajar allí y no me caía bien, era su novio. Supe además que le gustaba el mate al novio, en un viaje a Uruguay lo había fascinado la noble bebida, de manera que ella se sorprendía aún de su cuasi-adicción. Casualmente nosotros teníamos yerba, medio paquete de Cruz Malta nos había sobrado a lo largo del viaje. Cuando le comente que en los últimos retoques organizativos previos al vuelo la habíamos dejado en el cesto comunal, enloqueció. No exagero. Al parecer no conseguían yerba argentina que según me comentaba era superior a la uruguaya, sin ofender, y les era difícil y caro obtener cualquier tipo de esa infusión. Al enterarla de nuestro aporte comunal tomo impetuosamente el teléfono y llamo a su novio que apareció a los minutos con la firme decisión de ir en busca del paquete que estaba un piso abajo en la cocina.


Ya todo dispuesto, mientras meditaba que deglutir y la miraba, sonó su teléfono en línea directa con el rubio. Tenia malas noticias, el paquete no aparecía y ella entristecía. Me pregunto si estaba seguro del momento y lugar en que lo habíamos dejado, le respondí que si y di detalles del paquete. Tras un momento de tensión absurda fue hallado en la basura en una última requisa, manchado de verde y húmedo. El rubio entro en escena un tanto avergonzado pero feliz, con el tesoro en las manos, y ella estaba contenta.
Pasado el episodio pedí uno o dos croissants y un café con leche, cuando quise pagar ella me sonrío y me dijo que todavía no abría la caja, que gracias por la yerba. Desayune.
Al otro día en España celebraba mi cumpleaños con poco que festejar y días después arribaba en casa donde todo me era extraño.-

Introducción

Donde reina la idea hay un rey, el rey de reyes decían, el mejor. Todos los súbditos de todos los tiempos pusieron y ponen el pescuezo bajo la mano protectora, y esta bien, les es licito. El pequeño hombre desnudo, en posición fetal se cobija bajo una hoja de palmera de la lluvia de la incertidumbre; pero nunca esta solo, los fieles compañeros de ritual santificados y los pecaminosos lo rodean y se extienden la mano con vigor y valentía ! En el nombre del señor ! El rey de reyes ! Ya nada es peligroso, se consigue obtusia y fe.