domingo, 15 de noviembre de 2009

Mesa de cemento

Nada mejor para apalear la rutina, para cortar al medio la vida, que un viaje a espacios verdes con amigos. Desde el vamos suena bien y te contenta.
Proyectar la escapada en una mesa repleta de tronquitos de pizza y vasos espumosos, en estado de gracia maquinar la arrimada.
Esto fue un 30 de enero. Nos pusimos en marcha temprano para poder asar carnes a nuestra llegada y disponer del tiempo necesario para sacarnos la mufa del trabajo y las distintas realidades cotidianas que pesaban cual ropa en cada uno.
El viaje en si fue prendiendo el motor de las tangentes personales. Particularmente me fascina ver los amplios campos y los aislados montes. Es sabido que la verdadera libertad solo se siente en llanuras, donde no hay determinaciones mas allá del propio cuerpo. Al recorrer en velocidad esos kilómetros ya pude sentir como el tiempo y el espacio se imprimían en mi o yo en ellos. Es algo dado, pero solo conocido en estas oportunidades vacías de mentira, el espacio allí en fin y nuestro vehiculo en la osadía de penetrarlo a tiempo.
Como si nada, bebiendo mate y parando el ir por urgencias, arribamos a destino. Nos encontramos a media mañana estrechándonos las manos por cumplir con éxito el viaje. Por cierto el total de manos eran ocho, por lo cual al ser todos humanos normales hacía de nosotros cuatro personas felices de esparcirnos entre risas.
Ya descontracturados una mesa de cemento redonda cercana a la parrilla se fue adornando con los canapés criollos y los vasos con vino. Decidí dar un paseo para oxigenarme y al volver al quid de la cuestión la carne ya asomaba sobre los fierros calientes y disponía del humor de todos que alzaban la voz en reproches y consejos al asador de turno.
Se devoro. El almuerzo pasó rápido y dejo lugar a cada uno para explayarse en lo deseado, alguno durmió a la sombra, algún otro algo leyó y al llegar casi las cinco éramos tres; hacia la entrada de pinos un disparo se escucho.
Nadie se altero por esto, sentó una calma extraña y cierta complacencia con el hecho y la situación. Éramos tres, dos manos se habían ido implorando al cielo o apretando hombría, no lo se.
Seguidamente nos acomodamos en los duros y fríos asientos que rodeaban la mesa y ya nadie mas hablo, porque eso es cosa que se hace entre desconocidos. Sospecho que el final que empezaba a divisar se daba por esto de conocernos, se puede conocer un objeto o un fenómeno o el universo mismo, si no lo conocemos es porque aun no pudimos hacerlo, no porque no nos hayan “dejado”. Entre los hombres existe eso de no dejar, ha de ser lo único imposible de conocer en integridad por propia decisión del otro, y cuando se llega a ese limite impuesto no hay mas. Si se imagina lo factible de saber el termino del espacio, si se piensa a uno tocando el limite de esa totalidad, se notara que después ya no hay esperanzas y solo resignación. Será por este motivo que nos seguimos queriendo y odiando entre nosotros, la raza. Entonces todo este suceso de no emitir sonido ni vida culmino en el espanto de las generaciones, quizá en el gozo de la racionalidad. No hace falta aclarar que parte de nuestra humanidad se había retirado.

Todo paso a ser introspección, subjetividad. Yo era yo y allí había dos personas, que eran mis amigos, pero no hacia falta hablar, ni objetivarlos o verme reflejado.
Mientras el vino entibiaba, las moscas esquivaban los cachetazos y todo era migas de pan sobre la mesa, reflexione que en la vida misma, en el devenir, hay dos participaciones; con uno mismo y con los demás, que son lo demás. Cuando intuí esto de que ya no había demases en ese momento supe que éramos dos, porque de a una se dan las cosas y nunca todas juntas.
Esta vez no fue un gran ruido, ni un estallido, aunque lo hubiera preferido al estertor que resonó como si ahogaran a un cachorro.
Por primera vez desde el enmudecimiento mire a mi compañero y pensé en el, en realidad pensé quien seria el próximo, de que manera actuaría el honor, lo caballero y la amistad en ese momento.
¿Si fuese yo no seria un vanidoso? ¿Si fuese el no seria un egoísta? Este ataque de juicios y valores duro poco y al rato volvió la mirada sin los ojos y lo que sobro fue tiempo para decidir.
Y decidir era todo, como siempre en los años de los hombres pasados y futuros, como todo el mundo tenia que decidir, tenia que hacer. Mi partner no hacia nada, pero eso era hacer algo, nada, elegía hacer nada y su elección me tocaba a fondo, entonces si yo hacia nada también seria un problema de el. Calcule entonces lo imposible de no optar y cuando estaba dispuesto a pararme, ya con las palmas de las manos presionando hacia abajo sobre la mesa para levantar mi cuerpo, el otro cuerpo se levanto de la misma manera, no me miro y se metió en la casa.
Me asalto un miedo único a causa de la angustia, luego me convencí de que era un cobarde bueno para nada y mas tarde sentí una soledad inmunda, la soledad sin sentido, sin antinomia.
Ya no quería elegir, no estaba seguro de nada y me critique el no haber hablado a tiempo, no haber reflexionado con los demás y divagar en porvenires felices en nuestras vidas ordinarias.
Recordé el punto de partida del viaje, el viaje en si, la sombra, y lo pasado volvió a ser lo mejor como siempre. Lo que llamo mi atención después del torbellino fue el no haber oído algo, ni percibir alguna situación respecto al ultimo en retirarse de la mesa, digo que anteriormente fue evidente o audible, lo sentí, entonces con mi pena y esta duda se formulo la esperanza.
Grande fue la sorpresa cuando este ultimo adiós salio por la puerta y me busco con la mirada, me paralice, le clave los ojos en la boca entreabierta que sostenía un cigarrillo y me decía que entre, que faltaba uno para el truco. Conteste atónitamente que si, que tirabamos los reyes.
Y fue así que volvió una energía al saberlos allí. Simplemente al verlos sentados prestos para el juego supe que le daban una segunda chance a mi imaginación y reí.


Marcucho

lunes, 28 de septiembre de 2009

Capitalismo Salvaje (mini descarga)

Viejos pinos a mi izquierda en fila recta, césped alto y maleza.
Gorriones y torcasas entre perros que corren.
Un hermoso cielo que no es nuestro, bandadas de cotorras, lluvia por llegar.
Cardos imposibles. Tierra hermosa en fin.
La ruta, el micro, yo y todo lo anterior cercado asperamente.
Se ve pero no se siente, se ve pero no se toca, el sauce ya no es de orilla, las flores no puedo olerlas, se ve pero no se siente, dependo de mis monedas, paisaje capitalista.
Una tranquera improvisada.
Un gran candado.




Cercamientos existieron siempre, privaciones. Pero así lo sentí yo hace un tiempo y escribí esto, y ahora lo encontré entre papeles y lo leí, y no estuve de acuerdo en su totalidad y si necesite subirlo ya que expresa un sentir que me viene molestando por dentro.
Por que a nosotros humanos se nos deja afuera del entorno primordial y montones de gentes se enfilan en Greenpeace o donde sea para cuidar el planeta. Entonces estas buenas gentes, por que realmente han de ser buenas personas, ven artificializado lo natural, por que sospecho que no pueden matar un animal con sus propias manos para alimentarse, ni sacrificar al animal que sufre, parece que han progresado. Pero no soy estúpido, esto es solo un ejemplo.
Digo que el verdadero contacto con la tierra se muestra tan difuso. Es penoso como nos deforma el cemento, como nos mete en un ritmo acelerado de vivir y conocer y estar al tanto de todo. Pero como nos saca la paz de la quietud de los aires y del calor agobiante de una siesta de verano. Pero como nos vuelve victimas de baterías de luces y propagandas risueñas y de vidas en paquete y las mil necesidades. Entonces puedo estar quejandome tiempo inconsiderable, pero ya es suficiente este poco, el tiempo dirá, me llevara la corriente y ojala que al pasar abran la tranquera mansamente.



Marcucho

domingo, 30 de agosto de 2009

Masticaba esto hace un tiempo. Solo espero que este prolijo y que entretenga al que lo lea.





Aventuras de un distraído en tierras del excelso (los nuevos sentidos)


Conocía tan bien ese camino que de esa noche no pasaría. Hoy con un poco de valor de copas encararía la Avenida, ciego sin mirar un poco siquiera.


Bueno, no fue tal cuál el preámbulo, pero al fin con valor de espadas y varones enfile pispeando un poco el trayecto.
Para mi sorpresa el problema fue la luz, si bien ya había ensayado la proeza alguna vez, nunca había notado que el juego de sombras y luces que proyectaban sobre mis pupilas cerradas los paraísos y los automóviles estacionados fuera tan amenazante. A cada tramo entreabría los ojos y fotografiaba para guiarme y tranquilizarme, era un miedo pequeño, que sangrara mi nariz, el golpe en la cara con este frío.
Pero gradualmente mis oídos florecieron a otra percepción de tiempo y espacio, mejor dicho a una utilización focalizada de esos niveles orientativos y a una desfocalización de los demás sentidos, diferente.
Cuando sentí que estaba listo para caminar un lapso que valiera la preposición y la justificara casi empíricamente, me libere a mi confianza. Creo que recorrí mas de dos cuadras con los ojos cerrados, quizás fueron cien.
Ni bien mis pestañas se despegaron escuche un ruido extraño, un golpe seco que aletargo la visión y me distrajo, creo que no era difícil ver, lo difícil era creer, porque en realidad desconocía donde estaba y lo tenebroso de un golpe me anudo.
La noche se había esfumado para volver a un atardecer algo rojizo, de alguna manera a mis arribas todo se movía quedamente, y de otra manera eso no era un atardecer, ni la noche y menos que menos el día.
Los paraísos no existían allí, solo troncos recortados y mucha grama de invierno. A mi izquierda había un arroyo bordeado de sauces que tenían de copa y cuerpo las raíces, como si estuvieran al revés, en verdad sospeche que eran sauces por el agua.
A lo lejos se veía humo, pequeños hongos de humo, como piras semi-apagadas salpicando toda esa llanura. Escrute el horizonte en busca de alguien, lo único que distinguí fueron tres o cuatro sombras que desaparecieron como ocultándose muy a lo lejos y sentí el viento irritándome los ojos. Esta breve pincelada macabra fue abarcada por la tranquilidad de no entender lo que pasaba, de no caer en lo ocurrido. Cuando me repuse de mi primera impresión, toda esa tranquilidad que da la noche cuando no se piensa, desvarío en una fuerte alteración. Eche a correr a velocidad y a contrapelo como un loco, hasta que mi agitación y taquicardia me tumbaron y caí desparramado en el suelo.
Al tiempo ya alguien me picaba las costillas y me decía:

-"Tu, ciego, cansado del alma, te has atrevido a no mirar y has resbalado."

Me levanté aún mareado y descubrí al omnipotente, al omniconsciente, al excelso amo y señor de mi paradero, supe que era el por que lo vi…y basto.
Y escúchenme. Yo no se como era, ni quiero recordarlo. Solo se que empezó a hablar y lo hacia con tal fuerza arrolladora que no podía hacer oídos sordos, y quizás aquí me vaya, en este contexto, entiéndase.

-"Tú vienes a mi distraído, esta vez no es el hastío. Has descubiertome cual frotar la lámpara y pedirás deseos, deseos de poder. Tu estas aquí de soslayo, quieres elevarte de entre las personas, no te gustan los números.
En el fondo es correcto, la individualidad, tu mismo te pides, eso del egoísmo dejémoslo a los ladrones. Tu mismo eres al fin el universo y los otros, el universo son todos, eso ya lo escuche.
Pues mira, prefiero disparar y mostrar con ademanes de presentador circense que: los niños dicen las nimias verdades que los adultos encubren y los locos, los inmorales dicen las verdades que encubren a los adultos, nos hablan de domos, de totalidades, pero nunca de absolutas verdades. Y esto al fin tampoco me llena y a ti tampoco.
Déjame decirte también, que cuando muchos van, muchos ya fueron y volvieron cien veces; y otros tantos se quedan y nos cuentan cosas tiesas y ven las fibras del aire.
Ah!! esto me lleva de regreso a la sana soledad embriagadora, sin licores o con, no importa. Es nuestra sangre, el sentir que solo fluye nuestra vida en ese instante, el merecernos. Es construirnos.
El primer paso distraído, es aceptar el pesimismo de raíz, saber el fondo de todo para elevarte y volver a abrir los ojos.
Así que ve pensando una oración, aprende a recitar algo digno a mis oídos, salte de aquí."


Vuelvo para decirles que en ese momento no entendí nada. ¿Que quería el magnánimo? ¿Que había dicho? Creo que disparataba. Pensé y le di vueltas a la cuestión hasta que entendí que pretendía que dijera algo semejante a lo que el me había contado, una especie de filosofía borracha, no lo se.
No se tampoco como se comportaba el tiempo allí, no tenia noción del mismo, al menos no en el sentido habitual de horas, días, puestas de sol o ritmo del sueño. Todo se me hacia atemporal. Hasta que en un momento regreso el excelso a mí, y antes de preguntarme con la mirada la oración de mi invención, me di cuenta de que el tiempo eran sus apariciones, por ende esto fue lo que paso en la segunda aparición.
Ya había pensado en algo, creía en el éxito rotundo de mi frase que había rescatado del archivo sin igual que es la memoria y que había construido tras leer algún libraco en mi vida terrestre. Entonces saque pecho mientras sonreía y pronuncie:

“Por que no encuentro la razón para vivir yo me despido cada día sin morir. Yo me despido de mi en-si y mi para-si porque no quiero ser, ¿Qué soy? O lo que fui.”

Apreté fuerte los ojos y espere la redención. Cuando los abrí allí estaba el, que muy calmo me dijo en verso:


-"Vas bien, bien vas, pero no te vas."


Lo odie mucho y llore sin lágrimas. Es que no me interesaba, no quería mas. Si en su momento cerré los ojos fue por que nada me colmaba, no justificaba mi vida, y todas esas cosas, y todas las ideas y los siglos de hombres con la mano en el mentón buscándole una salida a todo esto me habían saturado.
Pero el seguía apareciendo y yo seguía parloteando desganadamente. Entonces dije que uno es como usa su libertad, ya que todos somos iguales antes de nacer. ¡Que uno es como usa su libertad!
Repetí que lo malo es lo bueno y lo bueno es lo malo y el orden de la moral y su vicio, y que se que cosas del maniqueísmo. Reconsidere lo de nada es todo fluye sin el menor éxito.
Termine diciendo que todo lo que fluye es y que al ser el universo todo yo soy el universo como lo había sentido a el contar, y manías del egotismo y desvaríos.
No me rendí y proseguí con el hecho social y lo maniatado que esta el hombre de la cultura por los agentes externos o por la gente externa y su tiempo, D-M-D’, las estructuras opresoras del lenguaje, la idea y lo real, la razón y la fe, la fe sin razón, lo trágicamente absurdo, lo liquido del presente, mas seguridad menos libertad y viceversa, la precedencia de la existencia y yo sentado en una silla.
Estaba cansado realmente, y en no se cual aparición le dije para mofarme de el que los espejos también son acá y me harte.
Paso que le perdí el miedo a ese personaje y le grite: “Que quiero escaparme de aquí pero sin este absurdo juego”. Entonces en ese exacto momento-frase la lámpara se encendió, la cuestión era escaparme, la cuestión era salírmelas de mi pseudo-velorio. Me acorde de eso de “viva el piro” de Papillon y me dio un valor absurdo.

Cuando corrí la primera vez y luego caí, vi una chance. Es extraño, pero al costado del camino había un sendero y creo que coronaba su final un fulgor de fuera de mi morada y entonces volví. Es que esa luminosidad llamaría a cualquiera la atención, no es que alrededor no se viera ni hubiera colores, era distinto. Creo que la paleta de rojos y verdes de aquel mundo era disímil a la de “arriba” (es que no se si realmente caí). La luz misma era distinta. Quizás los grises que palpaba eran un celeste cielo donde hay flores amarillas.
Al fin esa hendija de libertad palpitaba cerca de mí y tenia que encontrarla. No pensé como hacerlo, solo me moví por instinto con naturalidad y llegue a sus diáfanos pies.
Es casi una obviedad contar que no se abrió al girar el picaporte, tenia una enorme cerradura que parecía de cuentos y la puerta en si se me hacia mmm...medieval.
Emplee todas mis fuerzas e ingenios pero fracase, una y otra vez me topaba con la crudeza de esa madera antiquísima. Hasta que llego el excelso, como no podía ser de otra manera, y dijo así:

-“Tu, idiota, osado, crees eso de al final triunfaran los valientes y te ha parecido gracioso acaso eso de que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Sin preámbulos veamos tu suerte.”

Abrió su mano derecha y mostró tres opacas llaves, una muy grande, otra mediana y otra pequeña. Debía optar por una, puso a rodar mi destino.
Mire la cerradura pero no decía nada, ya no se veía tan enorme, al menos no tanto como para obviar con fundamento a la llave mediana. Seguí analizando la cerradura y al tiempo me pareció de las medidas mas banales que había conocido y encima no decía nada.
Me incline por la grande solo por azar, el la tomo, el la encastro, el la giro y no se abrió. En un pufff mágico la puerta, las llaves y mis ganas se desvanecieron.

Mordí el polvo una vez más, pero esta vez fue distinto. Sentí un puñal atravesándome, una pena se apodero de mi de manera brutal, me vi caer en un pozo de torbellinos infernales de vueltas y mas vueltas e imágenes con lágrimas, sollozos de noche, puños apretados. Sentí esa depresión total del ser arrebatado y una bronca contra mí que culmino en la forma, en la idea del suicidio.
Yo que había remarcado la cobardía del suicida alguna vez, lo entendí. Entendí al hombre sin salida, pensé la vida como un laberinto cansador y la muerte como única escapatoria. Después de todo me quedaba mi orgullo, un ultimo acto de libertad suprema al decidir sobre mi vida. Pensar que las leyes prohíben el suicidio, se preocupan demasiado los estados por sus pueblos, es enternecedor ver como cuidan a la gente con cascos y cinturones. ! Basura¡¡Basura podrida!
¿Pero como llevar a cabo el plan? ¿Pero como no sentir que me escucha el pensamiento? Pero que enfurecido volvió el excelso, esta vez parecía el demonio y dijo:

“¿Acaso eres imbécil? Aquí domino yo, mando al tiempo y al espacio y a lo que ocupa mi espacio, y tú lo ocupas sin ganas y ¿quieres libertad? ¿Libertad sin ganas?
Cura tu enfermedad, deja el suplicio estúpido ya.”


Lo primero que entendí es que no disponía de mí, solo de mi pensamiento subyugado y sabido constantemente.
¿De que se trataba ahora? ¿Como evadirme del sentirme espiado de esa manera y peor aún como no pensar en nada?
Imagine cuadros blancos, espacios enormes, espacios enormes blancos, nada de nada. Pero no. Bien se sabe lo imposible que es. Al fin pensaba en como no pensar y en blanco, pensaba, pensaba y me desnudaba ante la presencia substancial del poderoso.
Fue una tristeza enorme, un desgano. Las apariciones que sucedieron era yo tirado en el suelo, temblando, insultando al aire. La calma no llegaba desde afuera nunca jamás, y empecé a pensar en los porque. Por que estaba donde estaba, era lo que era, pensaba lo que pensaba, veía, oía, pero ante todo por que cuestión estaba así allí. Rememore hasta el principio y recordé la calle, recordé que quería irme, como siempre evadirme de la realidad. Es que estaba torturado por ella, por eso camine ciego en busca de otra verdad. Y ahora quería salirme. ¿Para que? ¿Para volver a ser torturado por lo cotidiano de lo real? ¿Para quejarme todos los días de todos los días? ¿Para buscar una salida donde extrañar una entrada? Creo que si, creo que el primer paso es aceptar el pesimismo de raíz y lo di, y empecé a caminar.
Un entusiasmo llego como nunca, tan puro de fuerza y juventud y arrebató el maltrecho tiempo de la incertidumbre y la esperanza mentirosa que devora sueños y hombres a pasos enormes de segundos y segundos, de ahoras que ya no son en este momento. Pensé mas fuerte que nunca para que me escuche ese desgraciado, para que sepa que había entendido el fondo y para que aparezca y reírnos juntos. Ya lo tenía enfrente y me miraba fijo con la primera sonrisa que le veía, como un padre complacido. Ese loco personaje se me iba, el sentirlo se me iba desapareciendo en una nebulosa.
Nunca hablo en la despedida, pero se que me envidiaba, se que quería ser realidad junto a mi o junto a cualquiera, se que me odiaba por despreciar el devenir.
En un pestañar daba el último paso por la Avenida hacia mi hogar, me sentía tan normal, como si nada.
Pero la llave, si hubiera acertado, o si de alguna manera hubiera dicho una frase a su gusto o lo que fuese. Pobre de mi ser ingenuo, ya lo sabia, ya lo se, aprendí mucho en mi estadía. Ahora que estoy de regreso me miro las manos y a mi alrededor. Miro a los gatos que duermen y siento un calor de invierno que se va. Se que soy escuchado todo el tiempo, se que todavía me oye y en ese intercambio también lo escucho a el, lo escucho que se escurre como el agua que veo caer por la ventana a mi derecha.




Marcucho

domingo, 23 de agosto de 2009

AMOR 77

"Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son."




Julio Cortázar - "Un tal Lucas"

domingo, 9 de agosto de 2009



Breve anotación para compartir




Muchas veces me decían , "Ah como el escritor" y yo respondía que si. Pero no lo conocía, algunos títulos, alguna entrada a google. Entonces decidí leer "Del sentimiento trágico de la vida" y descubrí a un ser humano por excelencia, uno de los tipos mas sinceros y apasionados que leí.

Al terminar la obra, donde se hacen una serie de reflexiones respecto a España y su legado a la kultura y donde se eleva la figura de Don Quijote sobre muchos pensadores y pensamientos, allí están estas palabras que cito a continuación y que me conmovieron, un grito heroico contra la apatía reinante, un grito heroico y ridículo contra muchas verdades titubiantes.


Cit.


"Es que Don Quijote se convirtió. Si, para morir el pobre. Pero el otro, el real, el que se quedo y vive entre nosotros alentándonos con su aliento, ese no se convirtió, ese sigue animándonos a que nos pongamos en ridículo, ese no debe morir. Y el otro, el que se convirtió para morir, pudo haberse convertido por que fue loco y fue su locura, y no su muerte ni su conversión, lo que le inmortalizo, mereciéndole el perdón del delito de haber nacido. Felix culpa! Y no se curo tampoco, sino que cambio de locura. Su muerte fue su ultima aventura caballeresca; con ella forzó el cielo, que padece fuerza.

Murió aquel Don Quijote y bajo a los infiernos, y entro en ellos lanza en ristre, y liberto a los condenados todos, como a los galeotes, y cerro sus puertas, y quitando de ellas el rotulo que allí viera Dante, puso uno que decía: "!Viva la esperanza!", y escoltado por los libertados, que de el se reían, se fue al Cielo. Y Dios se rió paternalmente de el, y esta risa divina le lleno de felicidad eterna el alma."


"Y Don Quijote no se rinde, porque no es pesimista. Y pelea. No es pesimista porque el pesimismo es hijo de la vanidad, es cosa de moda, puro snobismo, y Don Quijote ni es vano ni vanidoso, ni moderno de ninguna modernidad- menos modernista -, y no entiende que es eso de snob mientras no se lo digan en cristiano viejo español (...) Don Quijote no ha llegado a la edad del tedio de la vida, que suele traducirse en esa tan característica topofobia de no pocos espíritus modernos, que se pasan la vida corriendo a todo correr de un lado para otro, y no por amor a aquel a donde van, sino por odio a aquel otro de donde vienen, huyendo de todos. Lo que es una de las formas de la desesperación. "





Marcucho













lunes, 1 de junio de 2009

Poe


Este fin de semana fui participe de dos manifestaciones populares, un recital de rock nacional, mas justamente "Los Piojos", deuda saldada, y el partido de fútbol de mi querido Tigre. Ver y sentir esas masas de gente me llevo a recordar un cuentito que leí hace un tiempo, un relato de Poe el del otro mundo. Entonces para no perder el color, para que "viva" este blog, y para entretener al aburrido, se los copio y pego a continuación. Aunque se muy bien que el formato es basura y cansador para la vista, el esfuerzo no sera en vano. Por otro lado, no necesita ningún preámbulo, critica, sentencia u observacion de mi parte, solo necesita ser leído, por que a mi no me importa lo que yo pienso de este hombre de la multitud.





"El hombre de la multitud" (Edgar Allan Poe)


Ce grand malheur de ne pouvoir être seul.
(La Bruyère)

Bien se ha dicho de cierto libro alemán que er lässt sich nicht lesen -no se deja leer-. Hay ciertos secretos que no se dejan expresar. Hay hombres que mueren de noche en sus lechos, estrechando convulsivamente las manos de espectrales confesores, mirándolos lastimosamente en los ojos; mueren con el corazón desesperado y apretada la garganta a causa de esos misterios que no permiten que se los revele. Una y otra vez, ¡ay!, la conciencia del hombre soporta una carga tan pesada de horror que sólo puede arrojarla a la tumba. Y así la esencia de todo crimen queda inexpresada. No hace mucho tiempo, en un atardecer de otoño, hallábame sentado junto a la gran ventana que sirve de mirador al café D..., en Londres. Después de varios meses de enfermedad, me sentía convaleciente y con el retorno de mis fuerzas, notaba esa agradable disposición que es el reverso exacto del ennui; disposición llena de apetencia, en la que se desvanecen los vapores de la visión interior -άχλϋς ή πριν έπήεν- y el intelecto electrizado sobrepasa su nivel cotidiano, así como la vívida aunque ingenua razón de Leibniz sobrepasa la alocada y endeble retórica de Gorgias. El solo hecho de respirar era un goce, e incluso de muchas fuentes legítimas del dolor extraía yo un placer. Sentía un interés sereno, pero inquisitivo, hacia todo lo que me rodeaba. Con un cigarro en los labios y un periódico en las rodillas, me había entretenido gran parte de la tarde, ya leyendo los anuncios, ya contemplando la variada concurrencia del salón, cuando no mirando hacia la calle a través de los cristales velados por el humo.

Dicha calle es una de las principales avenidas de la ciudad, y durante todo el día había transitado por ella una densa multitud. Al acercarse la noche, la afluencia aumentó, y cuando se encendieron las lámparas pudo verse una doble y continua corriente de transeúntes pasando presurosos ante la puerta. Nunca me había hallado a esa hora en el café, y el tumultuoso mar de cabezas humanas me llenó de una emoción deliciosamente nueva. Terminé por despreocuparme de lo que ocurría adentro y me absorbí en la contemplación de la escena exterior.

Al principio, mis observaciones tomaron un giro abstracto y general. Miraba a los viandantes en masa y pensaba en ellos desde el punto de vista de su relación colectiva. Pronto, sin embargo, pasé a los detalles, examinando con minucioso interés las innumerables variedades de figuras, vestimentas, apariencias, actitudes, rostros y expresiones.

La gran mayoría de los que iban pasando tenían un aire tan serio como satisfecho, y sólo parecían pensar en la manera de abrirse paso en el apiñamiento. Fruncían las cejas y giraban vivamente los ojos; cuando otros transeúntes los empujaban, no daban ninguna señal de impaciencia, sino que se alisaban la ropa y continuaban presurosos. Otros, también en gran número, se movían incansables, rojos los rostros, hablando y gesticulando consigo mismos como si la densidad de la masa que los rodeaba los hiciera sentirse solos. Cuando hallaban un obstáculo a su paso cesaban bruscamente de mascullar pero redoblaban sus gesticulaciones, esperando con sonrisa forzada y ausente que los demás les abrieran camino. Cuando los empujaban, se deshacían en saludos hacia los responsables, y parecían llenos de confusión. Pero, fuera de lo que he señalado, no se advertía nada distintivo en esas dos clases tan numerosas. Sus ropas pertenecían a la categoría tan agudamente denominada decente. Se trataba fuera de duda de gentileshombres, comerciantes, abogados, traficantes y agiotistas; de los eupátridas y la gente ordinaria de la sociedad; de hombres dueños de su tiempo, y hombres activamente ocupados en sus asuntos personales, que dirigían negocios bajo su responsabilidad. Ninguno de ellos llamó mayormente mi atención.

El grupo de los amanuenses era muy evidente, y en él discerní dos notables divisiones. Estaban los empleados menores de las casas ostentosas, jóvenes de ajustadas chaquetas, zapatos relucientes, cabellos con pomada y bocas desdeñosas. Dejando de lado una cierta apostura que, a falta de mejor palabra, cabría denominar oficinesca, el aire de dichas personas me parecía el exacto facsímil de lo que un año o año y medio antes había constituido la perfección del bon ton. Afectaban las maneras ya desechadas por la clase media -y esto, creo, da la mejor definición posible de su clase.

La división formada por los empleados superiores de las firmas sólidas, los «viejos tranquilos», era inconfundible. Se los reconocía por sus chaquetas y pantalones negros o castaños, cortados con vistas a la comodidad; las corbatas y chalecos, blancos; los zapatos, anchos y sólidos, y las polainas o los calcetines, espesos y abrigados. Todos ellos mostraban señales de calvicie, y la oreja derecha, habituada a sostener desde hacía mucho un lapicero, aparecía extrañamente separada. Noté que siempre se quitaban o ponían el sombrero con ambas manos y que llevaban relojes con cortas cadenas de oro de maciza y antigua forma. Era la suya la afectación de respetabilidad, si es que puede existir una afectación tan honorable.

Había aquí y allá numerosos individuos de brillante apariencia, que fácilmente reconocí como pertenecientes a esa especie de carteristas elegantes que infesta todas las grandes ciudades. Miré a dicho personaje con suma detención y me resultó difícil concebir cómo los caballeros podían confundirlos con sus semejantes. Lo exagerado del puño de sus camisas y su aire de excesiva franqueza los traicionaba inmediatamente.

Los jugadores profesionales -y había no pocos- eran aún más fácilmente reconocibles. Vestían toda clase de trajes, desde el pequeño tahúr de feria, con su chaleco de terciopelo, corbatín de fantasía, cadena dorada y botones de filigrana, hasta el pillo, vestido con escrupulosa y clerical sencillez, que en modo alguno se presta a despertar sospechas. Sin embargo, todos ellos se distinguían por el color terroso y atezado de la piel, la mirada vaga y perdida y los labios pálidos y apretados. Había, además, otros dos rasgos que me permitían identificarlos siempre; un tono reservadamente bajo al conversar, y la extensión más que ordinaria del pulgar, que se abría en ángulo recto con los dedos. Junto a estos tahúres observé muchas veces a hombres vestidos de manera algo diferente, sin dejar de ser pájaros del mismo plumaje. Cabría definirlos como caballeros que viven de su ingenio. Parecen precipitarse sobre el público en dos batallones: el de los dandys y el de los militares. En el primer grupo, los rasgos característicos son los cabellos largos y las sonrisas; en el segundo, los levitones y el aire cejijunto.

Bajando por la escala de lo que da en llamarse superioridad social, encontré temas de especulación más sombríos y profundos. Vi buhoneros judíos, con ojos de halcón brillando en rostros cuyas restantes facciones sólo expresaban abyecta humildad; empedernidos mendigos callejeros profesionales, rechazando con violencia a otros mendigos de mejor estampa, a quienes sólo la desesperación había arrojado a la calle a pedir limosna; débiles y espectrales inválidos, sobre los cuales la muerte apoyaba una firme mano y que avanzaban vacilantes entre la muchedumbre, mirando cada rostro con aire de imploración, como si buscaran un consuelo casual o alguna perdida esperanza; modestas jóvenes que volvían tarde de su penosa labor y se encaminaban a sus fríos hogares, retrayéndose más afligidas que indignadas ante las ojeadas de los rufianes, cuyo contacto directo no les era posible evitar; rameras de toda clase y edad, con la inequívoca belleza en la plenitud de su feminidad, que llevaba a pensar en la estatua de Luciano, por fuera de mármol de Paros y por dentro llena de basura; la horrible leprosa harapienta, en el último grado de la ruina; el vejestorio lleno de arrugas, joyas y cosméticos, que hace un último esfuerzo para salvar la juventud; la niña de formas apenas núbiles, pero a quien una larga costumbre inclina a las horribles coqueterías de su profesión, mientras arde en el devorador deseo de igualarse con sus mayores en el vicio; innumerables e indescriptibles borrachos, algunos harapientos y remendados, tambaleándose, incapaces de articular palabra, amoratado el rostro y opacos los ojos; otros con ropas enteras aunque sucias, el aire provocador pero vacilante, gruesos labios sensuales y rostros rubicundos y abiertos; otros vestidos con trajes que alguna vez fueron buenos y que todavía están cepillados cuidadosamente, hombres que caminan con paso más firme y más vivo que el natural, pero cuyos rostros se ven espantosamente pálidos, los ojos inyectados en sangre, y que mientras avanzan a través de la multitud se toman con dedos temblorosos todos los objetos a su alcance; y, junto a ellos, pasteleros, mozos de cordel, acarreadores de carbón, deshollinadores, organilleros, exhibidores de monos amaestrados, cantores callejeros, los que venden mientras los otros cantan, artesanos desastrados, obreros de todas clases, vencidos por la fatiga, y todo ese conjunto estaba lleno de una ruidosa y desordenada vivacidad, que resonaba discordante en los oídos y creaba en los ojos una sensación dolorosa.

A medida que la noche se hacía más profunda, también era más profundo mi interés por la escena; no sólo el aspecto general de la multitud cambiaba materialmente (pues sus rasgos más agradables desaparecían a medida que el sector ordenado de la población se retiraba y los más ásperos se reforzaban con el surgir de todas las especies de infamia arrancadas a sus guaridas por lo avanzado de la hora), sino que los resplandores del gas, débiles al comienzo de la lucha contra el día, ganaban por fin ascendiente y esparcían en derredor una luz agitada y deslumbrante. Todo era negro y, sin embargo, espléndido, como el ébano con el cual fue comparado el estilo de Tertuliano.

Los extraños efectos de la luz me obligaron a examinar individualmente las caras de la gente y, aunque la rapidez con que aquel mundo pasaba delante de la ventana me impedía lanzar más de una ojeada a cada rostro, me pareció que, en mi singular disposición de ánimo, era capaz de leer la historia de muchos años en el breve intervalo de una mirada.

Pegada la frente a los cristales, ocupábame en observar la multitud, cuando de pronto se me hizo visible un rostro (el de un anciano decrépito de unos sesenta y cinco o setenta años) que detuvo y absorbió al punto toda mi atención, a causa de la absoluta singularidad de su expresión. Jamás había visto nada que se pareciese remotamente a esa expresión. Me acuerdo de que, al contemplarla, mi primer pensamiento fue que, si Retzch la hubiera visto, la hubiera preferido a sus propias encarnaciones pictóricas del demonio. Mientras procuraba, en el breve instante de mi observación, analizar el sentido de lo que había experimentado, crecieron confusa y paradójicamente en mi Cerebro las ideas de enorme capacidad mental, cautela, penuria, avaricia, frialdad, malicia, sed de sangre, triunfo, alborozo, terror excesivo, y de intensa, suprema desesperación. «¡Qué extraordinaria historia está escrita en ese pecho!», me dije. Nacía en mí un ardiente deseo de no perder de vista a aquel hombre, de saber más sobre él. Poniéndome rápidamente el abrigo y tomando sombrero y bastón, salí a la calle y me abrí paso entre la multitud en la dirección que le había visto tomar, pues ya había desaparecido. Después de algunas dificultades terminé por verlo otra vez; acercándome, lo seguí de cerca, aunque cautelosamente, a fin de no llamar su atención. Tenía ahora una buena oportunidad para examinarlo. Era de escasa estatura, flaco y aparentemente muy débil. Vestía ropas tan sucias como harapientas; pero, cuando la luz de un farol lo alumbraba de lleno, pude advertir que su camisa, aunque sucia, era de excelente tela, y, si mis ojos no se engañaban, a través de un desgarrón del abrigo de segunda mano que lo envolvía apretadamente alcancé a ver el resplandor de un diamante y de un puñal. Estas observaciones enardecieron mi curiosidad y resolví seguir al desconocido a dondequiera que fuese.

Era ya noche cerrada y la espesa niebla húmeda que envolvía la ciudad no tardó en convertirse en copiosa lluvia. El cambio de tiempo produjo un extraño efecto en la multitud, que volvió a agitarse y se cobijó bajo un mundo de paraguas. La ondulación, los empujones y el rumor se hicieron diez veces más intensos. Por mi parte la lluvia no me importaba mucho; en mi organismo se escondía una antigua fiebre para la cual la humedad era un placer peligrosamente voluptuoso. Me puse un pañuelo sobre la boca y seguí andando. Durante media hora el viejo se abrió camino dificultosamente a lo largo de la gran avenida, y yo seguía pegado a él por miedo a perderlo de vista. Como jamás se volvía, no me vio. Entramos al fin en una calle transversal que, aunque muy concurrida, no lo estaba tanto como la que acabábamos de abandonar. Inmediatamente advertí un cambio en su actitud. Caminaba más despacio, de manera menos decidida que antes, y parecía vacilar. Cruzó repetidas veces a un lado y otro de la calle, sin propósito aparente; la multitud era todavía tan densa que me veía obligado a seguirlo de cerca. La calle era angosta y larga y la caminata duró casi una hora, durante la cual los viandantes fueron disminuyendo hasta reducirse al número que habitualmente puede verse a mediodía en Broadway, cerca del parque (pues tanta es la diferencia entre una muchedumbre londinense y la de la ciudad norteamericana más populosa). Un nuevo cambio de dirección nos llevó a una plaza brillantemente iluminada y rebosante de vida. El desconocido recobró al punto su actitud primitiva. Dejó caer el mentón sobre el pecho, mientras sus ojos giraban extrañamente bajo el entrecejo fruncido, mirando en todas direcciones hacia los que le rodeaban. Se abría camino con firmeza y perseverancia. Me sorprendió, sin embargo, advertir que, luego de completar la vuelta a la plaza, volvía sobre sus pasos. Y mucho más me asombró verlo repetir varias veces el mismo camino, en una de cuyas ocasiones estuvo a punto de descubrirme cuando se volvió bruscamente.

Otra hora transcurrió en esta forma, al fin de la cual los transeúntes habían disminuido sensiblemente. Seguía lloviendo con fuerza, hacía fresco y la gente se retiraba a sus casas. Con un gesto de impaciencia el errabundo entró en una calle lateral comparativamente desierta. Durante cerca de un cuarto de milla anduvo por ella con una agilidad que jamás hubiera soñado en una persona de tanta edad, y me obligó a gastar mis fuerzas para poder seguirlo. En pocos minutos llegamos a una feria muy grande y concurrida, cuya disposición parecía ser familiar al desconocido. Inmediatamente recobró su actitud anterior, mientras se abría paso a un lado y otro, sin propósito alguno, mezclado con la muchedumbre de compradores y vendedores.

Durante la hora y media aproximadamente que pasamos en el lugar debí obrar con suma cautela para mantenerme cerca sin ser descubierto. Afortunadamente llevaba chanclos que me permitían andar sin hacer el menor ruido. En ningún momento notó el viejo que lo espiaba. Entró de tienda en tienda, sin informarse de nada, sin decir palabra y mirando las mercancías con ojos ausentes y extraviados. A esta altura me sentía lleno de asombro ante su conducta, y estaba resuelto a no perderle pisada hasta satisfacer mi curiosidad. Un reloj dio sonoramente las once, y los concurrentes empezaron a abandonar la feria. Al cerrar un postigo, uno de los tenderos empujó al viejo, e instantáneamente vi que corría por su cuerpo un estremecimiento. Lanzóse a la calle, mirando ansiosamente en todas direcciones, y corrió con increíble velocidad por varias callejuelas sinuosas y abandonadas, hasta volver a salir a la gran avenida de donde habíamos partido, la calle del hotel D... Pero el aspecto del lugar había cambiado. Las luces de gas brillaban todavía, mas la lluvia redoblaba su fuerza y sólo alcanzaban a verse contadas personas. El desconocido palideció. Con aire apesadumbrado anduvo algunos pasos por la avenida antes tan populosa, y luego, con un profundo suspiro, giró en dirección al río y, sumergiéndose en una complicada serie de atajos y callejas, llegó finalmente ante uno de los más grandes teatros de la ciudad. Ya cerraban sus puertas y la multitud salía a la calle. Vi que el viejo jadeaba como si buscara aire fresco en el momento en que se lanzaba a la multitud, pero me pareció que el intenso tormento que antes mostraba su rostro se había calmado un tanto. Otra vez cayó su cabeza sobre el pecho; estaba tal como lo había visto al comienzo. Noté que seguía el camino que tomaba el grueso del público, pero me era imposible comprender lo misterioso de sus acciones.

Mientras andábamos los grupos se hicieron menos compactos y la inquietud y vacilación del viejo volvieron a manifestarse. Durante un rato siguió de cerca a una ruidosa banda formada por diez o doce personas; pero poco a poco sus integrantes se fueron separando, hasta que sólo tres de ellos quedaron juntos en una calleja angosta y sombría, casi desierta. El desconocido se detuvo y por un momento pareció perdido en sus pensamientos; luego, lleno de agitación, siguió rápidamente una ruta que nos llevó a los límites de la ciudad y a zonas muy diferentes de las que habíamos atravesado hasta entonces. Era el barrio más ruidoso de Londres, donde cada cosa ostentaba los peores estigmas de la pobreza y del crimen. A la débil luz de uno de los escasos faroles se veían altos, antiguos y carcomidos edificios de madera, peligrosamente inclinados de manera tan rara y caprichosa que apenas sí podía discernirse entre ellos algo así como un pasaje. Las piedras del pavimento estaban sembradas al azar, arrancadas de sus lechos por la cizaña. La más horrible inmundicia se acumulaba en las cunetas. Toda la atmósfera estaba bañada en desolación. Sin embargo, a medida que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían gradualmente y al final nos encontramos entre grupos del más vil populacho de Londres, que se paseaban tambaleantes de un lado a otro. Otra vez pareció reanimarse el viejo, como una lámpara cuyo aceite está a punto de extinguirse. Otra vez echó a andar con elásticos pasos. Doblamos bruscamente en una esquina, nos envolvió una luz brillante y nos vimos frente a uno de los enormes templos suburbanos de la Intemperancia, uno de los palacios del demonio Ginebra.

Faltaba ya poco para el amanecer, pero gran cantidad de miserables borrachos entraban y salían todavía por la ostentosa puerta. Con un sofocado grito de alegría el viejo se abrió paso hasta el interior, adoptó al punto su actitud primitiva y anduvo de un lado a otro entre la multitud, sin motivo aparente. No llevaba mucho tiempo así, cuando un súbito movimiento general hacia la puerta reveló que la casa estaba a punto de ser cerrada. Algo aún más intenso que la desesperación se pintó entonces en las facciones del extraño ser a quien venía observando con tanta pertinacia. No vaciló, sin embargo, en su carrera, sino que con una energía de maniaco volvió sobre sus pasos hasta el corazón de la enorme Londres. Corrió rápidamente y durante largo tiempo, mientras yo lo seguía, en el colmo del asombro, resuelto a no abandonar algo que me interesaba más que cualquier otra cosa. Salió el sol mientras seguíamos andando y, cuando llegamos de nuevo a ese punto donde se concentra la actividad comercial de la populosa ciudad, a la calle del hotel D..., la vimos casi tan llena de gente y de actividad como la tarde anterior. Y aquí, largamente, entre la confusión que crecía por momentos, me obstiné en mi persecución del extranjero. Pero, como siempre, andando de un lado a otro, y durante todo el día no se alejó del torbellino de aquella calle. Y cuando llegaron las sombras de la segunda noche, y yo me sentía cansado a morir, enfrenté al errabundo y me detuve, mirándolo fijamente en la cara. Sin reparar en mí, reanudó su solemne paseo, mientras yo, cesando de perseguirlo, me quedaba sumido en su contemplación.

-Este viejo -dije por fin-representa el arquetipo y el genio del profundo crimen. Se niega a estar solo. Es el hombre de la multitud. Sería vano seguirlo, pues nada más aprenderé sobre él y sus acciones. El peor corazón del mundo es un libro más repelente que el Hortulus Animae, y quizá sea una de las grandes mercedes de Dios el que er lässt sich nicht lesen.

FIN

lunes, 4 de mayo de 2009

Genesis. 51



1.1

Un viaje desde un lugar a otro en colectivo es algo normal, rutinario, cotidiano. Resignadamente, ya era parte de mi, los asientos eran mi cuerpo tenían mis muescas. Conocía los grafittis y pintadas como tatuajes en la piel. Aunque también era un sitio propicio para reflexionar, alguna vez me he sentido un peripatético de colectivo. Cuando iba en viaje mi mente, como un motor, carburaba, cuando el chofer (o el colectivo) se detenía me bloqueaba maquinalmente.
Bueno ese viaje, el del jueves gris, cambio un poco, yo no lo hubiera sospechado en ese momento (aunque tampoco hubiera escrito esta historia) y menos cuando Pablo se acerco o yo a el, no lo recuerdo, y me dijo que me había visto en la misma línea, durmiendo en el fondo y lejos de mi casa (pero volviendo), el día anterior. Yo pregunte, el dijo si a las ocho, yo pregunte, el dijo si eras vos, estoy seguro agrego.
Lo negué suavemente, a esas horas dormía, solía despertarme a las nueve para empezar el hastió diario.

Pasaron las semanas, colgadas, de mas, o sea iguales a las demás y el cumpleaños de una tía fue la primera señal. Estaba y estábamos conversando en sobre mesa después de la torta y el brindis, cuando un primo empezó a reírse y a recordarme lo mal que me había visto la semana pasada; dentro de ese bar de mala muerte que el solía frecuentar.
Yo sonreí primero y luego caí en que no, en que hacia mucho tiempo que no salía de mi casa atareado por mil cosas. Yo pregunte, el dijo si el sábado pasado, yo pregunte, el dijo si eras vos, tu clásico estado añadió y susurro algo a mi oído.
Debo admitir que me preocupe. El me conocía no podía mentir, pero no era yo evidentemente no era yo, intelectual conclusión. Los días deshojaron, me invadieron las preguntas y mi paranoia dedujo, sonambulismo, locura, doble vida entre otras supersticiones. Pero afortunadamente la objetiva razón aconsejo esperar un poco, no enloquecer tan tempranamente, aunque sabía mejor que nadie que el miedo asechaba.
Porque era miedo, esa es la palabra que define todo precisamente, miedo a lo inabarcable por mi mente rígida y el escepticismo. Controle el tiempo de vida que paso hasta la segunda señal con total obsesión. Hice inspecciones físicas y psíquicas a mi persona con la seriedad de un estudioso. Pero nada, nada fuera de lo normal todo dentro de lo legal, excesivamente corriente hasta tocar el aburrimiento.

1.2

Decidí distraerme. Aun sabiendo que caería en la ruina, opte por pagar cara mi indecisión y enfile para la huella. La noche era para mi catarsis cerebral, las ideas resbalaban de mi cabeza y giraba por un pub infestado de gente demasiado humana, con todo lo que esa pertenencia implica. Sentado en la barra a mi lado había alguien, alguien que me miraba esperando una respuesta. Lo vi y lo reconocí, un amigo de lo viejo, de lo anterior y lo bueno, de la vida que uno hubiera querido vivir, por ende de la mentira. Soltó una carcajada despreocupada, me hablo de banalidades y yo me sentía feliz, me creía ciertamente distraído. Por desgracia estaba equivocado, y de que manera. De un momento a otro mi compañero tomo un impulso vil como sabiendo que lo que diría me afectaría y me escupió en la cara el haberlo asustado unos días atrás a causa de mi estado de SHOCK y temible confusión mental. Dijo que yo decía que alguien me había dicho, que me había visto muerto. Me palmeo el hombro y me perdono. Yo pregunte, el dijo nunca te vi así (exagerando), yo pregunte, el dijo si quizás era eso. Hace cuanto que yo no…cumplo ese ritual se lamento.
Si si, afirmativamente. Desespere. Segunda señal. Me levante de la bendita barra casi volcando mi vaso de plástico con alcohol y algo, lo mire con los ojos enfuriados temblando la boca y el índice inquisidor en el aire lo señalo como increpándolo. Grite que no era yo que yo no era, di media vuelta y partí, el se quedo con la mejor parte. A todo esto nadie se entero de esto, en ese pub lleno de eso.
Ya no podía evadir la realidad, aunque todo fuese una fantasía en ese momento eso me ocurría, esa era la realidad torturadora.
Lo acepte, simplemente lo acepte y pareció dispersarse. Semanas, meses sin otro episodio. Aunque semanas y meses de esperar, sin ese miedo precedente, pero aguardando lo inevitable lo que todos sabían menos yo.
Camine, un día soleado en primavera, fumando tabaco despejando la mente. Camine por calles largas, cada vez mas largas, sin autos, con gente sonriendo con ganas. Camine sin preocuparme, me olvide de los que corren a desaparecer. Estaba en la cima, recién salido del agujero de la caverna platónica… pero estas sensaciones duran poco y mi caminata se vio interrumpida. Alguien me llamo a mis espaldas, suavemente (hasta con miedo) dijo mi nombre, quise insultarlo por distraer tan nobles pensamientos pero no pude. Al ver mi rostro el anciano se sorprendió. Palideció caricaturescamente y balbuceo unas palabras. ¿Sos vos? No puede ser, es imposible. Se arrodillo a mis pies y lloro. Lamentablemente el también tenia algo que agregar. Juraría que hace un tiempo yo concurrí a tu velorio dijo. Tercera señal. 1








Feo final, algo forzado. Mi génesis, vericuetos, que mas da.








pd: Foto de Dani Marizopa

miércoles, 8 de abril de 2009

Soledades



Este es viejito, de hace un par de años, pero siempre lo respete:


RENDICIÓN (especie de fabula)


  Un silencio que te engloba, eso sentís… y el tic-tac de las agujas.


Los recuerdos lo agobiaron esa noche. Mr.Enredo no caía en la idea de abandonar su ermitaña odisea y su barco-cuerpo, después de todo el quiso quemar las naves sordo se encamino solo. Había pasado el día pensando en como escapar de este nuevo embarazo que el azar le proponía, ya tenía en su poder varios triunfos impensables por la época y su edad. Mas había sentido hablar muy mal de su nuevo escollo la llamada soledad. ¿Soledad es estar solo?- se pregunto. Pero si este es el problema, la mala nueva, mi situación responderá por mí- concluyo. Y su estado era extremadamente solitario.
Pero no desespero. Siempre encontró la salida, ¿por que fallar esta vez? Escuchando sus pasos por la vacía habitación, reflexiono y entendió; que como el hilo que tensa las cuentas de un collar, siempre habrá algo que lo mantendrá unido, perpetuamente ligado a otras cuentas y ese algo variara a su placer y al de los de más.
Comprendió que lamentablemente nunca podría estar solo, desligado, sin comprar sin vender, sin ganar sin perder, sin odiar sin amar, sin tratar de ser algo real, sin convivir con el dolor, ese que crea mas dolor. Entendió que era usado y que su aventura como joven asceta del 2000 había terminado.
El ya no era un niño, no lo volverían a engañar. Pero esa noche se sintió peor que nunca, por que no estaba solo, solo mal acompañado.



Esto es nuevito y al pie, con el tono del post anterior. Espero respetarlo siempre:


Casi que odio o al menos aborrezco a los odiadores o al menos aborrecedores de la soledad. Digo soledad sana, no puedo entender al que no disfruta de estar en su lecho rodeado de silencio de sonidos, de imagenes a velocidad y de gente alborotada. Aquel que no puede o no desea estar consigo mismo no se merece a si mismo, su cuerpo y mente deberían pertenecernos a nosotros los que necesitan la soledad.
Pero como puede mejorar una persona en el bullicio !!!? Aprenden a escupir al hablar los vociferadores y aquellos que quieren convencer o subyugar aprenden a gritar sus verdades, triunfan en la selva esos caníbales, ni saben lo que dicen, van a gatas por la vida los abogaditos.
Quien no disfruta del silencio como puede disfrutar la melodía !!? Acaso que pueden inventar u originar !!?
Y escribo esta descarga porque me encuentro solo y desaturdido, porque quiero contagiar la felicidad de estar solo, porque quiero darle la vuelta a la cuestión, porque rebalsa todo de colores y sonidos e imagenes y gritos y necesidades, hasta el hartazgo de mierda y emoción. Quizás desvarío, pero pasare entre las sombras entre tanto confundido.






Marcucho












lunes, 16 de marzo de 2009

De las bifurcaciones:


La cuestión es que hay muchos caminos, buenos y malos, prescindibles y precipitados. Así nos hablan varios venenosos, todos. Son elecciones, uno u otro...al fin es un hilo, una conducción. Pero bien sabemos que hasta lo "malo" es supeditado a una mano, a un marcador que vigila y determina. Llamanlo dios, ay !! esos idolatras, y ese espejo, no quisiera y no lo voy a hacer, hablar de esa víctima, de esa palabra.
Decía que el marcador bifurca constantemente y como buenos oyentes van, digo. Derecha o izquierda, no entienden, la arrogancia del idiota que se jacta de su idiotez es como esos que van.
Al fin no es esto o eso, es el camino en si y lo que hay mas allá del camino en si, ese paso al costado. Aguzar la visión pido, para encontrar, que digo encontrar !! crear !! otro sendero. Pisotear el verde musgo o sortear el vado que apesta de cadáveres de siglos, de lamentos y de mierda. Enmarañado en la noche, con miedo, encontrar una luz propia.
Caigo de rodillas sobre el suelo al existir en estas vías reales, de dignidad real. Cual nobleza y que sangre sigue vigente hoy ? Por que no hay desviadores solitarios? La pobreza actual de toda índole que nos deja al postmo como risa y esperanza nos ofusca y no olvido las palabras de ese griego renegado de que la esperanza es el arte de hacer penar al desgraciado...pasa peor que aun no se como evitar, como desviar, pero como escupidor de fuego se muy bien que lo malo y lo bueno son lo bueno y lo malo y que nadie de estas gentes puede seguir arriandonos, que las cosas no son como nos cuentan, que la moral de mis abuelos debe caducar, que la cruz debe ser un mondadientes para nosotros los venideros y demás blasfemias.
No dejarse engañar por tantos aduladores mentirosos es cosa superlativa y estas palabras querrán eco, irse mas allá de mi camino.


Marcucho

lunes, 5 de enero de 2009

A los aires...


El viejo tilo cayo apesumbrado por este viento de Noviembre, y las acacias lo lloran y se mueven histericas como revoleando los brazos, la higuera ha dejado caer a sus hijos ya casi dulces en un rapto de locura y pataleo y en el velorio de la noche la fragancia de ese tilo yaciendo me despierta solo para revivirlo en este te, para recordarme que el nogal aun sigue firme pasado ya tantos meses, aunque ya no brinde sombra, ni hojas, ni nueces.
Marcucho