domingo, 20 de noviembre de 2011

Extraña aparición

Me acosté impaciente ese viernes ya que a las 10:00 am del sábado soleado recibiría a Víctor, un amigo, con noticias. Me traía averiguaciones sobre una peculiar moneda del norte de África, precisamente de Marruecos. Compartiamos ambos la pasión y el cultivo de la numismática.
Hacia unos quince años, de paseo por la antigua Mauritania, me habían ofrecido esa pieza en un puesto de harapos árabes y baratijas engañosas. No era nada especial y la rechaze en su momento, agobiado por el calor y las mil ofertas coloridas que me rodeaban. Recuerdo al vendedor que en su afán de cerrar el trato repetía que me arrepentiría el resto de mi vida si no obtenía la moneda y señalaba con su reseca mano que examinara la misma. En la faz tenia un tipo de escudo y letras ilegibles, en el reverso aparecía una especie de hombre-león bastante nítido y muy curioso. El ávido vendedor la databa en el siglo V, a juzgar por mis conocimientos y el estado de la moneda eso no me parecía posible. Final y sencillamente me negué a su oferta y mi vida siguió con aparente normalidad. Encantado recorrí Marruecos como flotando en un cuento fantástico, rememore desde "Las mil y una noches" hasta " A través del desierto y de la selva", parecía deslizarme en una alfombra mágica , yo occidental vagando allí entre bereberes, africanos y árabes, temiendo y sorprendiéndome a cada instante. Oscilar entre lo conocido y lo desconocido era la ley, en este aspecto me sentía como en casa.
Sin embargo, al terminar las vacaciones y volver al tedio cotidiano algo cambio en mi, noche tras noche procesos mentales en mi cabeza fueron dándole forma a una especie de obsesión y me torturaba la imagen del hombre-león o la bestia antropomórfica que fuera. La soné repetidamente junto al rostro del mercader deformandose en un charco de sangre oscura apetrolada, una especie de pesadilla espantosa.
De alguna manera Víctor se había enterado, por internet y gracias a su generoso tiempo de ocio, de la circulación de esta moneda en ciertos tugurios de coleccionistas. Era la única persona que conocía mi obsesión por el objeto y me citaba por teléfono a una reunión a los efectos de informarme mejor y pasar el rato.
Dispuse despertarme sobre la hora y esa madrugada dormí plácida y profundamente. Casi que salto de la cama al escuchar el timbre, Víctor se me adelantaba unos minutos aunque en verdad eran las 09:50 en el acusador reloj. En cinco minutos, con la resaca y el descontento del amanecido, baje a abrir la puerta y por si acaso mire por la mirilla que hacia el paisaje oblicuo, pero no vi a mi invitado. Pensé que se había marchado por mi demora y al abrir la puerta bruscamente para buscarlo a pocos metros me lo encontré frente a mi sobre el "tapet de bienvenido", eso fue extraño y Víctor me noto sorprendido. Seguidamente me invito a pasar como si el fuera el anfitrión, solamente saludo y se dejo caer algo agitado en el sillón del comedor. Por mi parte fui hasta la cocina para calentar agua y bostezar sin vacilaciones, la expectativa me animaba y ya quería oír los pormenores del tema.
Al regresar encontré a Víctor contra la mesa, casi en cuclillas tomándose el estomago, al verme entrar forzó un gesto de normalidad y comenzo a hablar nerviosamente. De manera atolondrada me comentaba las virtudes de la moneda, supuestas virtudes de las cuales me había privado estúpidamente estos quince años. Me decía lo idiota que era, gritaba y murmuraba extrañas frases inintelegibles. Yo lo observaba boquiabierto y sorprendido, no caía aùn en lo que pasaba, salia del estupor de mi sueño para encontrarme con un Víctor en condiciones minimamente anormales.
Seguí prestando la mayor atención posible a su discurso regañoso hasta que fijo su vista en mi severamente y me señalo a la cara, quede estupefacto y tieso al ver como una gota de sangre chorreaba desde su pómulo hasta la barbilla que culminaba en una gran gota casi negra. Inesperadamente Víctor se levanto del sillón con violentas intenciones hacia mi y fue en ese preciso instante que estallo en el ambiente otra vez el timbre, me salvo la campana pensé.
Sin tener en cuenta la bizarra situación, de manera instintiva camine hacia la entrada dejando a mi amigo en la sala, pausado. Al abrir la puerta halle a Víctor con el semblante tranquilo y un paquete de galletitas en la mano. Me encontró asustado y pálido, yo miraba de aquí para allá como buscando a alguien, se entenderá que no comprendía nada. Lo primero que me salio fue acusar descompostura e irme al baño a tratar de entender algo. Me apoye sobre el lavatorio mirando hacia abajo, sudaba e intentaba tomar aire reparador. Al levantar la vista para reubicarme en el mundo, el frió espejo devolvió la imagen de mi rostro surcado por una débil gota de sangre que explotaba contra la blanca cerámica y me desvanecí.




Marcucho